Todos opinamos sobre Christian Garín.
Si disputó un torneo o descansó; si ganó o perdió; si jugó bien o mal. Juzgamos lo que hace o no hace, cómo lo hace y por qué lo hace.
Lo criticamos en cuanto a lo técnico, táctico y sicológico.
Que pareciera que juega sin ganas, o de mal humor. Que tiene que mejorar el servicio, usar más el slice y acercarse con mayor frecuencia a la red. Que pierde pelotas fáciles. Que le falta temple en los partidos importantes.
Todos hablamos de Christian Garín.
Pero el tema de esta columna no es él. Esta vez me referiré a nosotros, los aficionados, que opinamos acerca del mejor tenista nacional, a quien creo que censuramos, en ciertas oportunidades, con extrema dureza.
Casi ninguno de nosotros está, ni cerca, de desempeñarse en su trabajo con la excelencia de este deportista chileno, entreverado en la elite del tenis mundial. Entonces, ¿por qué, a veces, le exigimos más de lo que nosotros podemos dar?
Una vez, un sicólogo me explicó que los errores humanizan.
Si eso se aplica a una figura de renombre, sus equivocaciones debieran generar cercanía con gran parte de nosotros, que erramos a diario de manera reiterada en diversos ámbitos. En teoría, los desaciertos vuelven al otro un par, un igual.
Y Garín, como todos, falla. Pero, extrañamente, eso tampoco suaviza nuestros, en ocasiones, ácidos comentarios. Hasta burlas he visto por ahí. Pienso que, a veces, con este tenista nacional no somos tan indulgentes como con nosotros mismos.
A Gago debemos valorarlo más, y no tender a sepultarlo bajo una montaña de reproches cada vez que pierde un partido.
El lugar de privilegio que ocupa en el ranking ATP, tiene que llenarnos de orgullo.
Christian Garín no nos debe nada. Al contrario: surgió producto de su esfuerzo personal, y nos ha regalado bastantes alegrías.
Entonces, sólo queda dar las gracias.
Arturo Núñez del Prado
Periodista
Profesor de Tenis
arturondp@gmail.com