Hace unos días, durante una clase en uno de los cursos de entrenadores de tenis, surgió un debate muy interesante. Tras presentarles algunos programas de entrenamiento que se estaban llevando a cabo en diferentes países, dirigidos a determinados perfiles de jugadores, un alumno comentó que había ciertos programas de entrenamiento que para nada beneficiaban al tenis, aun atrayendo a más personas a practicarlo. En su opinión, el tenis es un deporte con una alta complejidad técnica que hay que enseñar, y algunas metodologías con un alto componente social o físico, menos preocupadas por la técnica, hacían que “no enseñáramos tenis”, y por tanto, nuestra labor perdía prestigio.
Tradicionalmente, los entrenamientos, en la mayoría de deportes que requieren un alto dominio técnico, se han basado en repetir una y otra vez las habilidades específicas de ese deporte, buscando que todos los alumnos logren reproducir de la forma más exacta posible un modelo ideal de ejecución. Este tipo de metodologías plantean el aprendizaje como un proceso industrial, donde los jugadores tienen que pasar por una especie de cadena de montaje donde van aprendiendo las distintas fases de la técnica. Pero, ¿realmente puede ser adecuado un sistema de aprendizaje mecánico, donde no se tienen en cuenta las características personales, el contexto, la motivación, etc.?
Según Ken Robinson, existen tres principios fundamentales bajo los cuales la vida humana prospera, es decir, tres principios que tendríamos que tener en cuenta en el aprendizaje de nuestros alumnos. Curiosamente, estos tres principios se contradicen con estos sistemas de enseñanza que se han utilizado de forma tradicional en el deporte.
El primer principio es que todas las personas somos, de forma natural, diferentes y diversas. Pensemos en nuestros hijos o en nuestros alumnos ¿no son muy distintos la mayoría de ellos?, o pensemos en grandes jugadores de tenis o cualquier otro deporte ¿no son distintos cada uno de ellos?¿no tienen golpes totalmente diferentes? Entonces ¿Qué sentido tiene enseñar a todos igual? Este es uno de los problemas de este tipo de sistemas de enseñanza, que están basados en la conformidad en lugar de la diversidad. Todos los alumnos tienen que reproducir un determinado modelo de ejecución, y para ello, les repetimos una y otra vez una serie de instrucciones estandarizadas. Parece mucho más razonable que los entrenadores ejerzamos un papel de guía, buscando que cada alumno encuentre sus propias soluciones motrices, que les permitan desarrollar su propio estilo de juego, siempre dentro de unos criterios biomecánicos eficientes y que minimicen riesgo de lesión.
El segundo principio es la curiosidad. Según Robinson, si somos capaces de encender la chispa de la curiosidad en un niño, va a aprender sin mucha ayuda. Dudo mucho que podamos despertar la curiosidad de un niño realizando repeticiones una y otra vez de un determinado gesto fuera de un contexto. Nuestra labor como entrenadores no puede ser únicamente la de transmitir información, tenemos que estimular, provocar e involucrar a cada niño, despertar en cada uno de ellos esa curiosidad que va a hacer que el aprendizaje se produzca casi por arte de magia. No nos podemos conformar con enseñar, porque el que nosotros enseñemos no siempre quiere decir que ellos aprendan, por tanto más que enseñantes tenemos que ser facilitadores de aprendizaje, creando las condiciones para que el aprendizaje se produzca.
El tercer principio al que hace referencia Robinson es la creatividad. Si sabemos que la creatividad es uno de los principios fundamentales para el aprendizaje y sabemos que los niños son creativos por naturaleza, ¿por qué no lo aprovechamos? Nos empeñamos en enseñarles patrones motores o patrones tácticos de los que no pueden salirse si quieren tener un buen rendimiento. ¿Por qué no dejarles que exploren, que busquen soluciones creativas? y si no son las mejores, que aprendan. Si constantemente les decimos lo que tienen que hacer y cómo hacerlo, evidentemente no se equivocarán y obtendrán mejores resultados deportivos a corto plazo, pero el aprendizaje será nulo. Es indiscutible que en edades avanzadas y en niveles más altos de juego, es necesario entrenar ciertos patrones y automatizar algunas conductas, pero hasta llegar ahí, es muy recomendable haber explorado y probado lo máximo posible, porque eso hará que el niño tenga una bagaje y experiencias previas que le dotarán de un número de recursos mucho más amplio.
En mi opinión, en las etapas iniciales de formación sobre todo, si enseñamos para competir en lugar de para que aprendan, estaremos cometiendo un grave error. La competición tiene que ser una herramienta más para el aprendizaje, nunca puede ser un obstáculo. Si priorizamos los resultados, estaremos cayendo en la trampa de enseñar rutinas y patrones cerrados en lugar de fomentar la autonomía, la imaginación y la curiosidad.
Por: Rafael Martínez