Entrenar mucho, no necesariamente es sinónimo de entrenar bien. Se pueden pasar muchas horas en la cancha, pero sin objetivos técnicos, ni tácticos claros, o utilizando una metodología de entrenamiento equivocada.
Algunas prácticas pueden ser más breves y sin tanto desgaste, pero provechosas. Terminar con la polera empapada de sudor, no implica que la práctica haya sido extraordinaria. Resulta posible medir la calidad del entrenamiento de otro modo: preguntándose uno mismo si mejora y aprende.
Jugar tenis con dolor no es saludable, ni refleja valentía, compromiso y menos amor por el deporte. Se debe hacerles caso a las señales que emite el cuerpo. Si no prestamos atención a lo que el organismo avisa, las lesiones suelen agravarse.
La frecuencia, intensidad y duración del entrenamiento, varía de acuerdo a lo que necesita cada jugador. Factores como la edad, alimentación, nivel de juego, estado físico, estatura, peso y aspiraciones del deportista, entre otros, son elementos a considerar en el diseño de un plan de entrenamiento.
El jugador de tenis debe practicar en base a sus requerimientos específicos, fortalezas y debilidades. No de acuerdo a lo que hace un determinado tenista famoso, o un coach reconocido.
Un entrenador que grita demasiado para animar al jugador, o habla sin parar, no necesariamente está realizando un mejor trabajo que un coach menos histriónico, pese al gran entusiasmo que demuestra. Basta con que el jugador escuche lo que dice el entrenador. No tienen para qué enterarse de eso en las canchas anexas.
Se puede ser más sobrio, mesurado, y estar igual de comprometido que el coach que se mueve sin pausa por toda la pista. Es posible que el entrenador más callado sepa tanto, o más, que el que grita, habla o gesticula constantemente.
Solo es cuestión de estilos. Nada más.
Arturo Núñez del Prado / Profesor de Tenis / Periodista / arturondp@gmail.com