Ayer leía un pequeño artículo en el que se hablaba de Kitty Chiller, el responsable de la delegación australiana para los Juegos Olímpicos que se van a disputar en Río. Chiller ha dicho que no consentirá malos gestos o malas actitudes dentro del equipo australiano, refiriéndose a los jugadores de tenis Nick Kyrgios y Bernard Tomic, y que si éstos no se comportan como es debido, no le va a temblar el pulso a la hora de mandarlos a casa.
Aunque hay que alabar la valentía de este señor y honrar este tipo de declaraciones, ¿No creéis que todo esto llega muy tarde? Creo que a estas alturas ya va a ser difícil cambiar el carácter de estos chicos. Se podrán controlar un poco más o se podrá intentar maquillar su mala educación, pero como dicen en mi pueblo “la cabra tira al monte”, y antes o después volverán a montar algún espectáculo. En cambio, ¿Qué hubiera sido de estos chicos si desde pequeños no se les hubiera tolerado cierto tipo de comportamientos?
Seguro que si nos preguntaran a cualquiera de nosotros si nos gustaría ver a nuestro pupilo o a nuestro hijo saliendo en los medios de comunicación insultando a un compañero, o borracho y semidesnudo en un bar de estriptis, todos tendríamos muy claro que no, pero si nos dijeran que va a tener estos comportamientos pero va a jugar al tenis como Kyrgios o Tomic ¿Seguimos teniéndolo tan claro? ¿Seríamos capaces de renunciar a que sean profesionales si van a ser mejores personas?
El caso de estos jugadores australianos no es más que un ejemplo, y no estoy queriendo decir que el ser educado esté reñido con ser profesional del deporte, afortunadamente, en el caso del tenis, muchos de los mejores jugadores en la actualidad muestran comportamientos ejemplares y son excelentes personas. A donde quiero llegar es a quereflexionemos sobre qué precio estamos dispuestos a pagar por la educación de nuestros chicos, y en qué nivel se encuentra la educación en nuestra escala de prioridades. En muchas ocasiones hay que renunciar a algunas cosas o tomar decisiones que nos resultan incómodas o difíciles, pero que sabemos (o deberíamos saber) que son positivas para su educación.
En una ocasión oía a un entrenador comentar que a ciertos jugadores, el tirar la raqueta, gritar, insultarse a ellos mismos etc. les servía como válvula de escape en momentos de mucha tensión, y que de esa forma rendían mejor, por tanto, a ese tipo de jugadores había que permitírselo. En este caso parece claro que el rendimiento está por encima de la educación, y que el fin (ganar) justifica los medios (ser un maleducado). ¿De verdad es esa nuestra escala de valores? ¿De verdad es eso lo que queremos transmitir a los chicos?
Hace unos días, me comentaba la madre de un alumno que no soportaba ver como su hijo últimamente salía todos los días enfadado del entrenamiento, porque le recriminábamos la actitud y le insistíamos que si no se esforzaba no podía entrenar, y que eso a ella le afectaba mucho emocionalmente. Me decía que sabía que su hijo no se esforzaba lo suficiente ni en la pista ni fuera de ella, pero que él era así, y que aunque él seguía motivado para entrenar y competir, si el deporte no le sirve para distraerse y divertirse que mejor que lo dejara. ¿Creéis que en este tipo de situaciones la diversión puede ser más importante que entender la importancia del esfuerzo? ¿Creéis que es más importante nuestro propio bienestar como padres o entrenadores que la educación de los chicos?
Existen mil y una ocasiones en las competiciones o los entrenamientos, que podríamos aprovechar para que los chicos aprendieran y que dejamos pasar por priorizar otros aspectos o por simple pereza. ¿Cuántas veces algún chico tiene algún gesto negativo y lo dejamos pasar por no entrar en disputas con él? ¿Cuántas veces, por evitar que se sientan mal, salimos en su ayuda en lugar de dejar que ellos intenten arreglar la situación? ¿Cuántas veces priorizamos los resultados por encima del aprendizaje?
En esto de la educación cada momento es importante y cada situación que tengamos para educar no la podemos desperdiciar, aunque suponga una disputa con el deportista, una derrota o aunque tengamos que frenar nuestro instinto de salir en su ayuda. Muchas veces el precio a pagar por aprovechar estas situaciones puede parecer caro, pero la inversión a largo plazo es infinitamente mayor. Así que, ¿Estás dispuesto a educar a cualquier precio?
En ocasiones son los más pequeños los que nos dan lecciones de educación a los más mayores.
Fuente: https://rafamartinezgallego.wordpress.com