No solo hay que vencer al rival, que se encuentra al otra lado de la red, para imponerse en un partido de tenis. Eso sería demasiado fácil.
Cada jugador que ingresa a la cancha a disputar un match, debe batirse además contra otros adversarios no siempre evidentes, si desea alcanzar el triunfo.
De partida, un tenista tiene que superar condiciones climáticas desfavorables como viento, sol, frío o calor.
También debe sobreponerse al estado de la pista. Puede estar seca, con hoyos, pesada, suelta o con luz y sombra.
Las determinaciones del árbitro, el público, las acciones de los actores de los encuentros de las canchas cercanas, el ruido proveniente del exterior del club y el tipo de pelotas con el que se desarrolla el torneo, son elementos con los que cualquier competidor debe lidiar.
Sin embargo, considero que todo lo anterior no constituye el mayor escollo a sortear por el deportista.
Recién ahora viene lo verdaderamente difícil.
Los años me han enseñado, que el jugador lleva en su cabeza al enemigo más potente y peligroso que puede enfrentar, pues muchas veces el peor rival es uno mismo.
Por eso resulta vital que su mente logre tolerar los errores, la falta de confianza, los dolores físicos y resistir la tentación de caer en un autodiálogo destructivo, cuando las cosas van de mal en peor.
El tenista tiene que saber gestionar sus pensamientos, y emociones, durante todo el tiempo que permanezca en la cancha, ya sea durante el juego mismo, entre un punto y otro, o en los descansos.
Existen jugadores encumbrados en lugares de privilegio del ranking ATP, que no son superdotados técnicamente.
Pero se conocen bien, y están conscientes de sus fortalezas y debilidades. Saben de lo que son capaces, pero también asumen sus limitaciones.
A eso le agregan una mentalidad de hierro, junto a un corazón gigante.
Y una combinación así, resulta casi imbatible.
Arturo Núñez del Prado
Periodista
Profesor de Tenis
arturondp@gmail.com