En Chile, muchos creen que un entrenador es como un domador de leones, quien debe andar con el látigo todo el tiempo, para que los leones le obedezcan durante el adiestramiento.
Y como están convencidos que eso es así, esperan que el entrenador los persiga, para obligarlos a hacer lo que tendrían que realizar por iniciativa propia.
Entonces, delegan sus responsabilidades en el entrenador, que debe vigilarlos para que cumplan con sus obligaciones mínimas (calentar correctamente antes de entrenar, o elongar después de las prácticas, por ejemplo).
Estoy seguro que al jugador que de verdad le gusta el tenis, no hay que obligarlo a nada. Al contrario, hay que frenarlo.
Y no hay que confundirse: el entrenador es entrenador, no policía, ni detective. Ya hace demasiado, como para seguirles la pista a quienes eluden el trabajo bien hecho.
Esos jugadores, no se toman en serio ni ellos mismos, así que no le pidan al entrenador que sí lo haga y les dedique su esfuerzo, vigilándolos.
Cuando los jugadores no siguen las instrucciones del entrenador en su ausencia, no solo lo engañan a él. También engañan a sus padres, o a quienes financian sus carreras. Y, sin que lo sepan, se engañan ellos mismos, porque se roban a sí mismos oportunidades de ser mejores.
Lo anterior se produce cuando el jugador de tenis carece de motivación intrínseca y disciplina, algo que nadie puede traspasarle, pues debe provenir de él.
Así que antes de culpar al entrenador por los malos resultados, encontrarlo poco empático, con una metodología errada u obsoleta, y cambiarlo por otro, bien valdría la pena que los jugadores se revisaran, y se respondieran honestamente si cuentan con motivación intrínseca y disciplina.
Porque todo lo demás viene después.
Sé que a muchos no les va a gustar lo que expongo en esta columna, pero es la verdad.
Y la verdad, en general, duele.
Por eso, no gusta.
Arturo Núñez del Prado / Profesor de Tenis / Periodista / arturondp@gmail.com