
2025-10-13
Columna de Arturo Núñez: “Los despreciados”
Hay jugadores de tenis que son como fantasmas.
Llegan solos a los torneos, son poco conocidos por los restantes competidores y no ganan muy seguido.
Casi no existen, pues nadie les presta mucha atención.
Son ignorados por el ambiente tenístico, ya que no representan una amenaza para la mayoría.
Hasta arrancan una que otra burla.
Aunque no se los han dicho, la ventaja de ser mirados con desdén y estar fuera del radar de muchos, mejorando su juego sin que nadie espere nada de ellos, es enorme.
Porque no hay presión.
La mayoría de los tenistas buscan ser conocidos y respetados por sus triunfos, pero el anonimato y la derrota ofrecen algo que la popularidad jamás podrá igualar: la tranquilidad absoluta para prepararse y entrenar.
Así que a no engañarse, lo mejor para progresar es salir de la memoria del resto y caer en el olvido
Y tal como la pantera, esperar agazapados y en silencio el momento preciso para dar un zarpazo inesperado y letal.
Esos tenistas deben saber esperar en calma el momento justo.
Porque a todo el mundo le llega su momento.
Entonces, cuando llegue, deben ir por todo y nunca, jamás, soltar a su presa.
He visto a un montón de jugadores perder partidos que tenían ganados, precisamente porque tuvieron piedad.
Es decir, se relajaron de forma mínima, descuidándose en un solo punto.
Permitieron que su rival resucitara y creciera, cuando ni él mismo se tenía fe.
Y esas son las derrotas que dejan las peores heridas.
Entonces, para asimilar de manera sana una derrota dolorosa, creo que se deben abordar cuatro aspectos esenciales.
El primero consiste en analizar bien el partido, para entender por qué se perdió.
El segundo es aceptar la derrota, pues ya no podemos cambiar nada de lo ocurrido en la cancha.
El tercero apunta a perdonarse los errores cometidos, y borrarlos definitivamente, para no mortificarse reviviéndolos.
Lo último radica en enfocarse en el presente, enfrentando con convicción y optimismo el próximo torneo, porque el jugador tiene que convencerse que hoy es más fuerte que ayer, producto del aprendizaje dejado por la amarga derrota experimentada.
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